miércoles, 30 de septiembre de 2009

Aquella mujer llamada Oriana


Hay mujeres que piensan que el sexo debe ser una consecuencia del amor, hay otras que creen que el sexo es un placer bien llevado, hay quienes saben lo qué es y lo reprimen. Y hay mujeres como Oriana. Sabe qué significa el sexo, conoce, aún cuando su experiencia no sea mucha, que el sexo es instinto y piel, sabe desconectarlo de sentimientos que, aunque nobles y nutritivos para el alma, pueden a veces estar ausentes en un encuentro íntimo. Oriana disfruta, se divierte. Puede ser una insaciable y hambrienta hembra o una inocente, sumisa y decente mujer dispuesta a la entrega. En algunas oportunidades achecha a un hombre cual si éste fuese una presa, lo captura de un zarpazo y lo devora o lo aturde y lo deja tendido, mirándolo con desdén. Oriana es una mujer joven, de cuerpo provocativo, una mujer de tez blanca, de cabello castaño claro, de mirada que irradia, al mismo tiempo, picardía e inocencia. Y ella lo sabe.
El siguiente relato es un ejemplo de esa dualidad, ángel y demonio debajo de una misma piel. Ocurre en una playa, en el ocaso de una tarde, por demás lluviosa, y, por tanto, desértica. bueno, casi desértica.
Caminaba Oriana por la orilla de la playa, miraba cómo sus pies eran arropados por las olas, la leve llovizna confundía la tela de su blusa con su piel, remarcando así sus senos por completo. Llevaba un diminuto short jeans, y sobre su cabeza un coqueto sombrero playero. No parecía tener un pensamiento preciso, sólo paseaba. pero cuando levantó la mirada por unos instantes, todó cambió en su mente. A lo lejos había visto a un amigo de la infancia, un joven apuesto que estaba sentado en una roca. Un chico con el que ella en su pre adolescencia había tenido eso que todos nosotros conocemos como "juegos de niños". En fechas recientes sólo se saludaban con la cortesía propia de unos "conocidos". Pero Oriana, tal como la describimos al inicio, había visto una presa. Poco a poco fue aflorando su instinto animal y fue acechando lo que quería. Se hizo la desententida, preferió hacerle ceer a aquel joven que ella no lo había visto. Calculó perfectamente la distancia y cuando supuso que el chico había quedado a sus espaldas, se sentó a orilla de playa, miró a los lados con la marcada intención de cerciorarse que estaba sola, por lo menos de hacerle creer eso al hombre que a la distancia la veía. Unos minutos después se paró, se desprendió la empapada blusa, y procedió a bajarse el short de forma acompasada. Sabiendo que la miraba alguien, bajó lentamente su pantalón por el lado derecho y luego un poquito más por el lado izquierdo, una y otra vez, poco a poco, sabiendo que mientras lo bajaba así, estaba erectando el miembro de aquel joven espía. Quería volverlo loco de una vez...entonces de un tirón y con todo y blumer, se lo deslizó hasta los tobillos. Quedó desnuda y con sombrero, con su espalda expuesta, con sus nalgas expuestas, fue lentamente caminando al encuentro del mar. Nunca, mientras estuvo el el agua, volteó hacia atrás. Se hizo pasar por la presa.
Al cabo de unos minutos, se giró hacia la orilla, pero no levantó la mirada, miró siempre las olas al tiempo que salía del mar directo hacia donde había dejado su ropa. Al llegar, mirando siempre a la arena, vió que sobre su mojado short estaban los pies descalzos del joven, Oriana fue subiendo su vista, lentamente, para ir descubriendo al hombre, hasta ver que él sostenía en su mano su pequeño blumer, alzó su cabeza por completo y mostró un rubor intencional al verse desnuda frente a aquel amigo de su infancia. Entonces premeditadamente, comenzó a soltar el demonio que quería mostrar. Sin mediar palabras, miró la erección que el chico mostraba por encima de su bañador y, mostrándose hambrienta, ella misma se los bajó por completo, con una de sus manos apretó con firmeza el miembro, comenzo a deslizar su mano de arriba hacia abajo, suavemente primero, más rápido después. Se dejó abrazar fuertemente, pero ella retiró el pecho del hombre con su otra mano, como poniendo una pequeña distancia, como diciendo en pensamiento "yo soy tu dueña". Al cabo de unos minutos, mientras medía en la cara del hombre la expresión que el clímax estaba asumiendo, al calculando el punto máximo de excitación, soltó de su mano la inquieta presa que sostenía. Luego, con aires de soberbia femenina, pasó su dedo índice por el glande mojado del joven en cuestión y se llevó ese mismo dedo a su lengua para probar el sabor de la lujuria. Pero aún faltaba. Ahora quería ser sometida.
Oriana dejó con ganas al joven y salió corriendo hacia la gran roca, la misma en la que momentos antes estaba sentado el chico. Éste no espero mucho, fue tras ella y logró alcanzarla. Oriana se mantuvo parada, pero dándole la espalda al hombre que ya la sujetaba por ambos brazos. Ella se inclinó hacia adelante sólo un poco, buscando que sus nalgas sintieran lo que venía en camino. Ella posó sus manos sobre la piedra y dejó que las inquietas manos del joven le acariciran hábilmente los senos, unos senos que lo tenían loco, logró sentir cómo los pezones se le ponían duros y encendidos. El chico llevó una de sus manos hacia los muslos de ella y entró por debajo buscando humedad, comenzó a rozarle el botoncito del clítoris. Oriana comenzó a gemir. Su cuerpo vibraba incontrolablemente, sus rodillas se doblaban y ya no estaba mojada de agua de mar, sino de sus jugos tibios. Oriana se sintió penetrada por un dedo, el mismo dedo que saldría rápido de su orificio vaginal para ir a parar, mojado y resbaladizo, al orificio de su ano. Ella dejó escapar un grito, mezcla de dolor y placer, el orgasmo se estaba precipitando. Entonces justo cuando su esfínter daba rienda suelta a las contracciones, de un envión el hombre sacó el dedo de su ano y le fue con todo su miembro a la vagina envidiosa de placer también. Bastaron sólo unos pocos minutos para que Oriana, ahora esclava y sumisa, soltara un grito final. Había quedado vencida sobre la roca, boca abajo y vencida...dejando escapar de su vagina algo de semen de quien la acababa de poseer.
Oriana es una mujer vestida para la ocasión, diría más bien, desvestida para la ocasión. Un ángel de piel, un demonio de piel, una mujer que cuando se entrega devora cada poro ajeno que encuentra o se deja toda para ser devorada sin desperdicio alguno. La última vez que la ví, ella estaba sentada en la orilla de la playa, mirando el mar, mirando hacia los lados, como haciéndome creer que ignoraba mi presencia. Yo sentado a su espalda, sentado en una roca...



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